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¿Sabías que? … La leyenda del Padre que vio llorar por su niño a la Esperanza de Triana
Como me lo contaron así os lo cuento…
Nos encontramos a finales de los años 70 en Madrid, la capital de España y un niño de unos quince años, enamorado de la belleza de la Esperanza de Triana a la que conocía por estampitas y fotografías, pero a la que nunca había visto.
Era tal la pasión que sentía por la Virgen que convenció su padre para bajar a Sevilla y verla por las calles de Triana en La Madrugada del Viernes Santo.
El padre, como buen padre que era, se dejó convencer por su hijo y emprendieron viaje hacia Sevilla para cumplir con su deseo del niño. Cuando llegaron a nuestra ciudad fueron al encuentro de la Reina de Triana y aquí es donde comienza la leyenda.
El niño, al encontrase cara a cara con la Virgen, no podía dejar de mirar a su Esperanza admirando su belleza, pero mientras, su padre y de forma inexplicable, la veía llorando, pero con lágrimas reales. Se lo dijo de inmediato a su hijo y este le contestó diciéndole que eso era fruto de su imaginación, o que sería un efecto de la luz, de las velas… o de lo que fuera, pero que la Virgen era imposible que llorara…
Fue tal la intensidad maravillosa de la experiencia vivida, que prometieron repetir al año siguiente y así lo hicieron. Cuando se volvieron a encontrar en la calle con la Esperanza de Triana, volvió a repetirse lo acontecido un año antes. Ese padre veía como brotaban lágrimas reales de los ojos de la Virgen y así se lo hizo ver a su hijo. Y este le dijo lo mismo, que era imposible, que él no veía eso y que para nada lloraba su Esperanza y mucho menos con lágrimas de verdad. Eran de cristal, como las que llevan todas las vírgenes.
Padre e hijo volvieron a Madrid, su ciudad de residencia y a los pocos meses el niño cayó gravemente enfermo, falleciendo.
Cuando llegó la siguiente Semana Santa y muy probablemente fruto de ese inmenso Amor por su hijo, ese buen padre se armó de coraje y valor para ir un año más a Sevilla y ver en la Madrugada a esa Esperanza que todos tenemos y que hoy vería también en los ojos de su «niño». Pero al mirarla, ya no vio esas lágrimas tan reales, ya no lloraba nuestra Reina… La Virgen tenía una pequeña sonrisa que le decía: «No temas, tu niño está conmigo».