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Carta de un padre nazareno
Querido hijo:
Perdona que te escriba esta carta que nunca leerás, aunque tentado estoy de mandársela a Burgos para que la publique en el recuadro, porque creo que en Sevilla muchos otros padres sentirán la alegría y la tristeza que yo ahora mismo siento. Ha terminado ya la televisión, te has ido a acostar, porque mañana no debes perder el autobús del colegio, y tu madre aún está por ahí dentro haciendo cosas de la casa. Tus hermanas más chicas también duermen. Me siento ahora, hijo, tan solo como cuando el Cristo pasa por esa calle que este Domingo de Ramos te diré cuál es, cuando vayamos a la iglesia por el camino más corto, como mandan las reglas. Me siento ahora, hijo, tan solo como cuando ves consumirse el cirio, en el parón que nos dan todos los años antes de entrar en la Campaña.
Y es que, hijo, mañana por la noche vendrás por primera vez conmigo a sacar tu papeleta de sitio y a recoger tu túnica, porque aunque todavía no tienes la edad, ya tienes cuerpo de hombre, y como hombre saldrás con tu padre este año de nazareno, en la misma cofradía que salió tu abuelo que en gloria esté. Ahora te lo confieso; pero temí, hijo, temí que un Domingo de Ramos no sonara nuestro apellido en la cofradía, cuando fueran a pasar lista de los tramos. Bueno, ya no pasan lista, ya ponen las relaciones de los tramos junto al cancel. Pero allí tiene que estar nuestro nombre, hijo. Por eso esta noche me he puesto triste y me he encerrado aquí en el despacho, como si tuviera que informar un caso delicado, para escribirte esta carta que no sé si leerás.
Mañana noche me harás, hijo, otra vez niño. Yo tenía tu misma edad. Mi padre, tu difunto abuelo, salía también desde niño en la hermandad. Él habría sido, como yo fui, un niño al que un día llevaron para sacar por primera vez la papeleta de sitio. A él también le dirían: «Primer tramo de Cristo, tiene cuerpo de hombre ya, puede ir en el primer tramo de Cristo…» A mí me lo dijeron, lo recuerdo perfectamente. Qué orgullo tuve, hijo, cuando el secretario ni siquiera me preguntó el nombre para escribirlo en la papeleta de sitio… Y luego, cuando entre olor de humedad, sacaron de la talega con un número puesto con tinta azul de tampón, una túnica que me midieron de hombros a talones, y mi padre, hijo, orgulloso de que me quedara bien: «Es ya un hombre…» Él, hijo, iba aquel año en la presidencia de la Virgen, menos yo, que como me pusieron en el primer tramo del Cristo el primer año, ya me quedé en el Cristo.
Mañana, hijo, tú vendrás conmigo por tu papeleta. Quiero enseñarte, hijo, el camino más corto para que encuentres a Sevilla, como a mí me lo enseñó mi padre. Te daré, como él me daba, un dinerito, para que seas tú el que lo eches en la bandeja de la limosna para las flores. No tendrán que preguntarte el nombre, como a mí tampoco me lo tuvieron que preguntar. Pienso, ahora que te pongo esta carta, que mañana no me vas a hacer más viejo, sino que me vas a devolver a tus mismos años, porque he visto que tú mañana estrenarás mi misma ilusión de sevillano. Hijo, cuando estés recogiendo la túnica, no me mires, porque tendré húmedos los ojos, hijo, porque me veré a mí mismo recogiendo, con tanta ilusión, la túnica el primer año que salí. Y porque veré, hijo, a mi padre, sintiendo esta emoción que yo siento ahora.
Quizá, hijo, no leas nunca esta carta que te escribo. No hace falta que la leas. Cuando me dijiste que este año, si te dejaban, que ya tenías, si no la edad, sí la estatura, querías salir de nazareno… Cuando me dijiste que este año venías conmigo, pensé en la cancela del patio el Domingo de Ramos. Tú no lo sabes, hijo, pero por esa misma cancela, hace ahora treinta años, salieron muchos Domingos de Ramos dos nazarenos juntos. Íbamos, como este año iremos, por el camino más corto para llegar a la verdad de Sevilla.
(Abrió la carta y la leyó con lágrimas en el corazón).
Antonio Burgos / Recuadros de Semana Santa.
Recogido en el libro «Sevilla en cien recuadros»
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